El universo en tus ojos by Anna Casanovas

El universo en tus ojos by Anna Casanovas

autor:Anna Casanovas [Casanovas, Anna]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2016-05-01T04:00:00+00:00


Capítulo 17

Juliet

Me desperté mucho más tranquila, Rita me había hecho reír durante la cena y sus anécdotas sobre un actor cuyo nombre me obligó a mantener en secreto consiguieron que me olvidase de la llamada de teléfono y de los recuerdos de Nick durante esa noche.

Al pasarme la camisola por la cabeza desvié la mirada hacia la cicatriz que me había quedado en el pecho y la rocé con los dedos. Después seguí vistiéndome y fui a la cocina para desayunar un poco. Rita dormiría hasta tarde y por la noche, cuando me viese, me diría que se había despertado temprano.

En Chicago el viento siempre tenía vida propia y esa mañana lo estaba demostrando. Tuve que sujetarme el sombrero para que no saliese volando y yo tras él. Las oficinas de la fiscalía general estaban cerca del Palacio de Justicia, mi padre y el resto de fiscales estaban en el piso superior y el resto de los empleados en el inferior. Yo, evidentemente, no tenía despacho, solo una preciosa mesa en una esquina, cerca de una de las ventanas que daba a la calle. Esa planta de la fiscalía estaba muy concurrida, abogados, policías, jueces, gente de todo tipo solía entrar y salir con frecuencia. Yo no levantaba la cabeza cada vez que oía la puerta, era un ruido que me había acostumbrado a oír de fondo.

Hasta esa mañana.

Oí la puerta y la electricidad del aire me recorrió la piel y me erizó el vello.

Imposible.

No podía ser él.

Él no.

NO.

Los ojos de él recorrieron la sala con la eficacia propia de un lobo. Cada vez que se alejaban de un rostro y lo descartaban él parecía sentirse aliviado. Yo no podía moverme, mis pies se negaron a hacerlo. Mi piel, mi mirada, le habían echado de menos.

Por fin llegaron a mí, los ojos de Nick se abrieron de par en par al detenerse en los míos. Las pupilas se dilataron y desde la distancia pude sentir el fuego que escondían. Él no se movió, ¿esperaba que lo hiciera yo? Imposible, yo no podía caminar.

El Nick que yo recordaba se iluminaba en cuanto me veía, la mirada le brillaba y tenía una sonrisa perenne en los labios. El Nick que seguía inmóvil en la puerta de la fiscalía era tan impenetrable y oscuro como el carbón y, si no fuera por los ojos, igual de frío. Levantó una ceja, ese gesto me resultó doloroso porque me recordó todas las veces que a él le había bastado con hacer ese gesto para provocarme. Lo hacía cuando hablábamos de un libro y mi teoría sobre los personajes le parecía absurda o cuando le decía que él algún día sería un inventor o un ingeniero de reconocido prestigio.

Quería tocar esa ceja, quería pasarle el dedo por encima hasta que volviese a su lugar original y después besarla.

Nick se movió.

Oh, Dios mío.

Caminó decidido hacia mí, dudo que alguien hubiese podido detenerle. Esquivó las mesas y las miradas de las personas que estaban sentadas en ellas. Llevaba



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